
No es hora todavía de empezar a escribir como un descosido sobre la saga de las hermanas Walsh. Lo iremos haciendo poco a poco, porque tiene mucha miga y porque además puede ser divertido. En ningún otro sitio como en este blog para lanzarnos a hablar largo y tendido sobre la importancia de esta saga, de su riqueza y su trascendencia, todavía no valorada suficientemente. Pasarán los años y seremos testigos de su influencia. Serán llevados al cine los libros, uno detrás de otro, y podremos decir que nosotros ya habíamos adivinado que sería así. Imaginar es gratis.

Hace poco leía
Rachel se va de viaje y descubrí un fragmento que hizo que apartara los ojos del libro y me pusiera a meditar. Es uno de esos grandes momentos, uno entre muchos, porque es un libro realmente brillante. Pero encontré una parte especialmente evocadora. No voy a destrozar la trama, que nadie se asuste.
Ocurre concretamente en la mitad del libro. Josephine, la orientadora de Rachel, la mujer que dirige su terapia en The Cloisters, el centro de rehabilitación, para sacarla de su adicción a las drogas, le pide un ejercicio que servirá para debatir en las reuniones: debe escribir
la historia de su vida. Desde el principio, desde que tiene uso de razón. Y Rachel, con papel, bolígrafo, un poco de frustración y sobre todo con mucho esfuerzo, se sienta a trabajar sobre su pasado.
Empieza así el capítulo donde se lanza a la aventura de descubrir su vida:
"¿Cuál es mi primer recuerdo?, me pregunté contemplando la hoja en blanco que tenía delante. Tenía muchos. Aquella vez que Margaret y Claire me pusieron en el cochecito de las muñecas y me pasearon a toda velocidad. Todavía me acordaba perfectamente; yo acurrucada en el diminuto cochecito, cegada por el sol veraniego, y las risas de Margaret y Claire, con sus melenitas castañas, También recordaba cómo odiaba mi cabello, y cómo deseaba tener largos y dorados tirabuzones como los de Angela Kilfeather."Y así empieza a enumerar recuerdo tras recuerdo, en una labor casi arqueólogica en la que las imágenes se escapan, se pierden en la memoria, o se mezclan las unas con las otras hasta confundirnos.

Y yo, mientras leía esos párrafos tan intensos, meditaba sobre mí mismo, como seguro que hará cualquier lector inquieto. ¿Qué recuerdos conservaba yo de mi primera infancia? O más difícil todavía: ¿cuál era mi
primer recuerdo? Dejé el libro a un lado y me puse a buscar en mí mismo, para descubrir inmediatamente que estaba realizando un viaje apasionante, y que ese viaje tan difícil y lejano al fondo de mis recuerdos lo estaba haciendo sentado en mi butaca, sin salir de casa, sin mover un solo dedo. Y que todo ello estaba siendo posible simplemente leyendo un par de fragmentos de
Rachel se va de viaje. Exacto. Era un viaje que llevaba a Rachel camido de su pasado, y al que me sumaba yo como lector.
Un viaje fascinante que pude empezar con un libro entre las manos.