Como algunos de vosotros sabéis, yo nací en el sur, en un
pueblo de Sevilla, pero desde hace algunos años vivo en Barcelona, donde
encontré al hombre de mi vida y a donde no dudé en mudarme en busca de la
felicidad. En cierto modo, eso supuso la pérdida de una parte de las costumbres
en las que yo me había criado y que habían formado parte de mi vida, para
adoptar algunas costumbres y tradiciones que eran totalmente nuevas para mí.
Por ejemplo, la castanyada.
Pero este cambio puede suponer también el nacimiento de tus
propias tradiciones, esas costumbres familiares únicas, cosas que solo se hacen
en tu casa, que marcan la diferencia y convierten tu casa en un hogar y tu
convivencia en una auténtica familia.
Desde el año pasado, coincidiendo con las fechas de la
castanyada, hago para toda la familia la tarta de boniato de Marian Keyes, que puedes
encontrar en la página 188 de su Salvada por los pasteles. Ha sido algo
inconsciente. El año pasado la hice y nos encantó su sabor, así que este año,
nada más llenarse los supermercados de boniatos, corrí a comprar uno bien
hermoso para hacer de nuevo la tarta.
Y así ha nacido la tradición: ¿por qué no hacerla cada año?
¿Por qué no convertirla en una receta obligada en casa en estas fechas, igual
que había en mi casa del sur un buen plato de orejitas de haba cada Semana
Santa? Ya me lo imagino, el día que tengamos hijos, dirán en el cole: “mi mamá
hace tarta de boniato para la castanyada, y es la mejor del mundo” (esto
siempre lo dicen los niños y ellos no tienen por qué saber que en realidad la
receta no es mía sino de Marian Keyes, que no se puede desmitificar a una
madre, que luego arrastran traumas, las criaturas).
Por eso quiero agradecer a Marian Keyes su receta de la tarta de boniato. Porque gracias a ella me siento un poco más de aquí, de mi casa, siento que tenemos algo que puede ser solo nuestro y que puede significar el comienzo de otras muchas tradiciones, las que van naciendo durante una larga vida juntos.